RAQUEL SOFFER. "LA TIERRA PROMETIDA"
Félix Suazo
“La tierra prometida”, exposición individual de Raquel Soffer (Caracas, 1957) en El Anexo/Arte Contemporáneo, plantea un paralelo simbólico entre la situación venezolana y la historia del pueblo judío, utilizando micrografías, escrituras minúsculas que ponen en tensión el texto y la imagen. Las palabras van apareciendo y con ellas van surgiendo los contornos de geografías, situaciones y personajes provenientes de mundos distintos pero que se deslizan hacia un destino similar de promesas, mesianismo, barbarie y éxodo. La artista resuelve este desafío alternando el dibujo, la gráfica y el vídeo, con los cuales construye una doble narrativa, verbal y visual.
La escritura es en realidad un trazado que delimita las cosas y prefigura el sentido de las acciones. Es también una cartografía psíquica, el lugar de una batalla milenaria entre el deseo y el horror, entre la demagogia y la verdad. Las micrografías de Soffer contienen esa ambivalencia de las palabras; buenas para iluminar las mentes y también para alojar los designios más oscuros. Todo ello puede surgir de la traza iconográfica que van dejando sobre la superficie una serie de pequeños caracteres, cual surcos de una memoria que todavía espera la redención.
¿Qué significa todo esto? ¿por qué se yuxtaponen dos historias distintas en una misma propuesta? ¿qué tienen en común el pueblo judío y la Venezuela actual? La respuesta está en el tejido de las palabras y en cómo estas retienen al mismo tiempo el anhelo y la frustración.
Cuando Soffer "dibuja" imágenes (fijas o en movimiento) con caligrafías de reducido tamaño, su propuesta también da visibilidad a cuestiones imperceptibles o latentes. Es decir, la escritura no solamente dice o describe; también muestra o enseña, aunque en el caso de Soffer no haya una correspondencia semántica entre la palabra y el icono. Su precedente se afinca en la memoria de su bisabuelo paterno, quien hacía dibujos con letras en miniatura a partir de textos judíos sagrados. Tal remembranza permite que la autora conecte lo biográfico y lo histórico, precisamente en un momento en que los falsos oráculos y sus trágicos desenlaces parecen repetirse.
Lamentablemente, no siempre la multitud anhelante puede discernir a tiempo entre las aguas y el fango, el engaño y la redención. Frente a esa encrucijada, quizá sería bueno reconocer que no hay maleficio en el Verbo sino en los propósitos traicionados y en las promesas incumplidas.
En los vídeos micrográficos de Soffer se resuelve un algoritmo complejo, numérico y alfabético. Lo que se ve está literalmente "cifrado", bajo una capa invisible de ceros y unos, conformando una paradoja perceptiva que rememora la antigua divergencia entre lo sustancial y lo aparente. Las letras (y los números subyacentes) acaban sufriendo una metamorfosis que las transforma en imágenes, que unas veces refutan lo escrito y otras funcionan como una revelación.
Otro tanto sucede con la reconversión gráfica de los patrones cromáticos en una imagen digital, a partir de la cual se genera una nueva forma de escritura, semánticamente imprevisible y visualmente sugestiva. En tal sentido, las “formas que producen los colores al agruparse” develan una caligrafía ininteligible; acaso la clave de un misterio no develado. De ese antagonismo premeditado de la letra y el icono es que surge el sentido de la propuesta de Soffer, quien se ubica en la intersección de varios horizontes, lugar de cruce entre biografía e historia, palabra e imagen, lectura y visión.
Félix Suazo
“La tierra prometida”, exposición individual de Raquel Soffer (Caracas, 1957) en El Anexo/Arte Contemporáneo, plantea un paralelo simbólico entre la situación venezolana y la historia del pueblo judío, utilizando micrografías, escrituras minúsculas que ponen en tensión el texto y la imagen. Las palabras van apareciendo y con ellas van surgiendo los contornos de geografías, situaciones y personajes provenientes de mundos distintos pero que se deslizan hacia un destino similar de promesas, mesianismo, barbarie y éxodo. La artista resuelve este desafío alternando el dibujo, la gráfica y el vídeo, con los cuales construye una doble narrativa, verbal y visual.
La escritura es en realidad un trazado que delimita las cosas y prefigura el sentido de las acciones. Es también una cartografía psíquica, el lugar de una batalla milenaria entre el deseo y el horror, entre la demagogia y la verdad. Las micrografías de Soffer contienen esa ambivalencia de las palabras; buenas para iluminar las mentes y también para alojar los designios más oscuros. Todo ello puede surgir de la traza iconográfica que van dejando sobre la superficie una serie de pequeños caracteres, cual surcos de una memoria que todavía espera la redención.
¿Qué significa todo esto? ¿por qué se yuxtaponen dos historias distintas en una misma propuesta? ¿qué tienen en común el pueblo judío y la Venezuela actual? La respuesta está en el tejido de las palabras y en cómo estas retienen al mismo tiempo el anhelo y la frustración.
Cuando Soffer "dibuja" imágenes (fijas o en movimiento) con caligrafías de reducido tamaño, su propuesta también da visibilidad a cuestiones imperceptibles o latentes. Es decir, la escritura no solamente dice o describe; también muestra o enseña, aunque en el caso de Soffer no haya una correspondencia semántica entre la palabra y el icono. Su precedente se afinca en la memoria de su bisabuelo paterno, quien hacía dibujos con letras en miniatura a partir de textos judíos sagrados. Tal remembranza permite que la autora conecte lo biográfico y lo histórico, precisamente en un momento en que los falsos oráculos y sus trágicos desenlaces parecen repetirse.
Lamentablemente, no siempre la multitud anhelante puede discernir a tiempo entre las aguas y el fango, el engaño y la redención. Frente a esa encrucijada, quizá sería bueno reconocer que no hay maleficio en el Verbo sino en los propósitos traicionados y en las promesas incumplidas.
En los vídeos micrográficos de Soffer se resuelve un algoritmo complejo, numérico y alfabético. Lo que se ve está literalmente "cifrado", bajo una capa invisible de ceros y unos, conformando una paradoja perceptiva que rememora la antigua divergencia entre lo sustancial y lo aparente. Las letras (y los números subyacentes) acaban sufriendo una metamorfosis que las transforma en imágenes, que unas veces refutan lo escrito y otras funcionan como una revelación.
Otro tanto sucede con la reconversión gráfica de los patrones cromáticos en una imagen digital, a partir de la cual se genera una nueva forma de escritura, semánticamente imprevisible y visualmente sugestiva. En tal sentido, las “formas que producen los colores al agruparse” develan una caligrafía ininteligible; acaso la clave de un misterio no develado. De ese antagonismo premeditado de la letra y el icono es que surge el sentido de la propuesta de Soffer, quien se ubica en la intersección de varios horizontes, lugar de cruce entre biografía e historia, palabra e imagen, lectura y visión.
CARACAS: CIUDAD AMALGAMA
Raquel Soffer
En mis desplazamientos por Caracas, generalmente en carro y con cámara en mano, me aproximo a esta ciudad donde nací, vivo y trabajo, como el flaneûr del escritor mexicano Julio Ramos: «…con la mirada de quien ve un objeto en exhibición.» 1
Con la idea de asociar identidad, lugar y paisaje, presenté en mi mesa de trabajo una cantidad de fotografías e imágenes de archivo. Surgió así un atlas en el que noté algunos elementos constantes en diferentes sectores de la ciudad que hablan del mestizaje y de la movilidad social: ventanas y puertas construidas en forma de arcos de medio punto; balcones y barandas hechos con balaustres; maleza o hierba mala, naturaleza salvaje conviviendo con lo urbano; cables aéreos, verdaderos dibujos flotantes; aceras, esquinas e islas pintadas de color amarillo, exagerando el color del sol, de por sí muy presente; y rejas con forma de “pecho de paloma” en los balcones para asomarse y poner plantas.
Me propuse entonces darle sentido y dotar de imaginario a esta serie de elementos que pasan generalmente desapercibidos, que miramos, pero no vemos porque no reconocemos en ellos un antecedente, y que nos hablan de la presencia de la herencia europea, del gusto afrancesado de algunas autoridades, de ser la capital de un país tropical en el cual la maleza prospera a sus anchas. Una ciudad del tercer mundo en la cual a falta de mejor canalización de cables los ciudadanos se roban la electricidad; tan insegura que nos obliga a enrejar las viviendas, pero no con cualquier reja, mejor redondeada, elegante; también nos dice del gusto compartido por la estética de lo supérfluo y los símbolos de buen estatus, «el que tiene algo de dinero pone barandas prefabricadas en sus balcones», me decía un habitante de un barrio caraqueño.
Esto me permitió, además, contrarrestar el discurso político de quienes ejercen el poder que intenta separarnos como sociedad desde hace 20 años. Un discurso revolucionario de reivindicación de los desposeídos, de los negros y los indios, a quienes consideran “pueblo”, pregonado por un caudillo que ganó la presidencia y que hizo por primera vez que sintiera miradas racistas por ser hija y nieta de inmigrantes europeos.
Este discurso revivió un resentimiento que parecía enterrado y olvidado, cuyo origen se encuentra en el mestizaje, y que en Venezuela, a diferencia de otros países latinoamericanos, fue tan masivo, que durante la Colonia tuvo que establecerse un sistema de castas que permitiera mantener el orden y las jerarquías.
Me sirvo entonces de imágenes creadas y de imágenes de archivo para contar una historia pequeña, alejada de los grandes relatos y del modelo autoritario de los vencedores, como propone Benjamín, cuestionando la linealidad del texto histórico e interviniéndolo desde lo personal y lo afectivo.
1 Ramos, Julio. Desencuentros de la modernidad en América Latina. Caracas: Fundación Editorial El Perro y La Rana, 2009, 234.
LAS CONSTANTES URBANAS DE RAQUEL SOFFER
Humberto Valdivieso
Es cierto que los nómadas no tienen historia, solo tienen una geografía Gilles Deleuze y Fénix Guattari
Una ciudad está hecha de capas superpuestas, magnitudes, direcciones, fuerzas contradictorias, velocidades y agitación. También de imágenes, palabras y sensaciones. Los edificios, las avenidas, los parques, la infraestructura de los servicios públicos, la moda y los anuncios publicitarios son evidencias de ello. En su conjunto, integran al llamado: el imaginario del espacio urbano. Este no es otra cosa que un sistema constituido por lugares, tiempos y signos interconectados en la imaginación de los ciudadanos.
En una ciudad todo habla y nada domina: lo más antiguo convive con lo actual –y a veces con el futuro−, lo inconmensurable no desplaza a lo ínfimo, lo veloz transita entre lo pausado sin alterarlo. Objetos, memorias y hábitos jamás son desestimados en el desenvolvimiento de la vida urbana y sin embargo, nada puede definirla por completo. En ella todo es recuperable. Los intercambios emocionales, espirituales e intelectuales –los ciudadanos y sus conflictos─, convierten a las ciudades en textos inquietos, espacios parlanchines y memorias cruzadas. Caracas no es una excepción, el proyecto Constantes Urbanas de Raquel Soffer da cuenta de ello.
Semejante trabajo es una acuciosa pesquisa y un discurso visual que revela el tránsito de la artista por los espacios de la metrópolis y las tecnologías digitales. Una investigación que integra el espíritu de las libretas de los exploradores del siglo XVIII con los mapas de navegación de los bohemios digitales. Tiene mucho de registro visual, inventario, comparación y taxonomía. En este sentido, recuerda las palabras de Alexander von Humboldt: “Conocer y reconocer es el placer y la facultad de lo humano”. También está llena de conexiones, alternativas, imágenes híbridas, metáforas inestables e identidades frágiles. En su interior confluyen formatos y medios mixtos.
El proyecto señala un deambular entre átomos y bytes. Asimismo, una práctica de recuperación histórica y un ejercicio que contamina los supuestos habituales de los ciudadanos. En tanto mapa ─cartografía alterada por una sensibilidad contemporánea─ está próxima a estos versos de Octavio Paz: “Es un reflejo suspendido en otro / Tránsitos: parpadeos del instante”. También a una petición de Jean-François Lyotard: “Hay una tarea decisiva: hacer que la humanidad esté en condiciones de adaptarse a unos medios de sentir, de comprender y de hacer muy complejos, que exceden lo que ella reclama. Esta tarea implica como mínimo la resistencia al simplismo.
Soffer toma elementos del imaginario caraqueño, presentes desde la Colonia hasta nuestros días, y los codifica en sus trabajos: balaustradas, arcos de medio punto, colores y retículas entre otros. Cada codificación es una exégesis que genera reflexiones, alternativas visuales, metáforas espaciales y comentarios. Nuevos contenidos para la ciudad. Su obra no se conforma con el testimonio: ella indaga e interviene. Al hacerlo, extiende el imaginario y lo hace más complejo. Por lo tanto, la idea de contaminación es necesario vincularla con pensar, investigar, relacionar e imaginar. Con darle densidad al espacio en cada nueva intervención. Es el sentido que el poeta francés Antonin Artaud le dio: “comprender es contaminar el infinito”.
Los elementos integrados al interior de Constantes urbanas asoman una verdad irrefutable: Caracas es un mito. La artista lo manifiesta teniendo ─metaforizando─ ciertos elementos donde descansa la atemporalidad de la urbe. Y es que esta ciudad es, sin duda, un cúmulo de relatos inconclusos escritos por la ingenuidad y la demagogia. De ahí el inexorable mestizaje racial, estructural y simbólico que muchas veces es apreciado como caos o desorden.
Esa percepción de caos urbano proviene de la ilusión cronológica. En la Caracas infinita de este proyecto visual el tiempo no existe, por lo tanto todos los tiempos están presentes a la vez. De ahí su carácter mítico: es un relato sin anclaje histórico, un cuento que comienza una y otra vez en el discurso charlatán de la heroicidad caribeña. La “Gran Caracas”, así como la “Gran Venezuela”, siempre está por hacerse.
Soffer desestima los lugares comunes y penetra en las complejas sintaxis arquitectónicas de la metrópolis. Conecta mitos y lidia con los conflictos del mestizaje. Va en busca de las marcas dejadas por las narrativas inconclusas de la Colonia, la Independencia, las y las democracias. En este ejercicio detecta elementos constructivos capaces de integrar visualmente las distintas clases sociales, reconoce paisajes donde cables y naturaleza diseñan un gran rizoma extendido por barrios y urbanizaciones, localiza murales que integran disparatadamente mitos religiosos y sociales para imponer dogmas a gritos, y registra colores que manchan el espacio urbano y funden en una sola trama lo público y lo privado.
Esta propuesta, entonces, promueve lo híbrido, re-mezcla y le da prioridad a la experiencia vivida sobre el problema del material en la obra: de ahí su estética ultra contemporánea. Utiliza fotografía, video y computación gráfica sin dejarse apabullar por el proceso técnico. Instala, reúne, pega, tacha, suma, compone: hace y deshace. Los medios utilizados por la artista no pueden ser evaluados en sí mismos como testimonios de un ejercicio técnico. Ellos son parte del performance de la investigación, de la búsqueda y modo de pensar: su función básica es permitir el despliegue de esta libreta de apuntes-mapa de navegación.
Constantes urbanas en realidad es un proceso: ahí nada es definitivo, todo es transitorio. Como la ciudad, la obra de esta artista supone un hacerse inagotable. Átomos y bytes, plástico y cemento, cables enredados y perfiles simétricos, naturaleza y arquitectura, barrios y urbanizaciones, pasado y presente plantean los dilemas de una Caracas viva, interminable, complicada. Todo está abierto. Y así debe ser porque una propuesta afín a la ciudad siempre pide más habla y, por lo tanto, una mayor dispersión creativa.
Aura Marina Orta
Aura Marina Orta
Pero ¿quién contempla mejor, el lago o el ojo?
El lago, el estanque, el agua dormida nos detiene en su orilla.
Le dice a la voluntad: “no irás más lejos, estás entregada
al deber de mirar las cosas lejanas, el más allá…
mientras tú corrías, algo aquí ya miraba”.
El estanque es un gran ojo tranquilo.
Gastón Bachelard
Pero ¿quién contempla mejor, el lago o el ojo?
El lago, el estanque, el agua dormida nos detiene en su orilla.
Le dice a la voluntad: “no irás más lejos, estás entregada
al deber de mirar las cosas lejanas, el más allá…
mientras tú corrías, algo aquí ya miraba”.
El estanque es un gran ojo tranquilo.
Gastón Bachelard
El trabajo artístico de Raquel Soffer nos sumerge en la interpretación de procesos mentales en torno a la memoria cultural a través de las referencias a las obras canónicas o historizadas que se cruzan con asociaciones subjetivas de donde emergen categorizaciones representacionales y abstracciones formales y cromáticas.
Esta experiencia inserta en la cultura del uso implica un diálogo entre la memoria cultural y las prácticas cotidianas contemporáneas de archivo, recuperación y reutilización de imágenes, posibilitado por las plataformas digitales, tal y como lo expresa Brea: “…la imagen es fuerza de archivo que retiene lo capturado para que, fuera de su tiempo propio, pueda de nuevo recuperarse, venir de nuevo a ocurrir” Así, esta obra confronta el quehacer artístico plástico tradicional con los modos representacionales y de manipulación de la imagen del presente.
Metamorfosis
En las composiciones gráficas propone una serie de codificaciones formales y cromáticas a partir de obras referenciales de la historia del arte, que son repensados al mediar la percepción con el lenguaje informático, generando nuevas estructuras visuales. El final de este trayecto ver-digitalizar-fragmentar-versionar-ver se objetualiza en una especie escritura de formas expandidas por una parte y en las representaciones proporcionales del color, realidades estas que sólo corresponden al lenguaje informático.
El proceso de digitalizar o desmaterializar la obra para luego codificarla y finalmente llevarla nuevamente al plano objetual es el centro de esta experimentación creativa.
El dibujo flotante
En esta serie, la imagen fotográfica se desvanece y subjetivamente privilegia unas formas determinadas que permanecen y que son asumidas formalmente. Los procesos de producción digital posibilitan la deconstrucción y abstracción de la imagen que en este caso es definida selectivamente, conduciendo la mirada hacia lo que arbitrariamente se afirma como dibujo y que se presenta también objetualizado en ediciones gráficas, en un proceso que invierte la práctica pictórica.
Colores de piel
En este grupo de composiciones, Raquel Soffer se detiene en las variaciones cromáticas de nuestra condición multiétnica, esta vez, seriada y codificada a través de las aproximaciones del lenguaje digital. El registro de la piel, objetiva y numéricamente calibrada desplaza a la multiplicidad de emociones de la mirada puesta en el otro.
La secuencia temporal
En su serie de videografías, Raquel Soffer propone la continuidad de las obras (Reverón, Monet) asumidas de manera intacta en la captura digital tal y como se encuentran en la memoria. Estas obras referenciales se presentan transitando fronterizamente con imágenes fotográficas del entorno presente, lo que puede perfectamente ser identificado desde el punto de vista de su (ficha) técnica como video documentales, pero susceptibles de ser considerados ficción, dada la arbitrariedad o subjetividad asociativa entre la representación artística apropiada y la imagen de cierta realidad externa que pertenece a la cotidianidad de la artista.
La secuencialidad creada por la disolvencia de una imagen y la emergencia de otra, incorpora a esta realidad visual la temporalidad de la que se constituye necesariamente la memoria y la identidad.
Referencias:
Brea, J. (2010). Las tres eras de la imagen. Madrid: Ediciones Akal.
Bourriau,N. (2009). Postproducción. Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora.
RAQUEL SOFFER, COLORES DE PIEL
Anna Feuerberg
La Serie Colores de Piel de Raquel Soffer traduce sensibilidades intuitivas a través de procedimientos racionales para crear imágenes de manufactura franca y directa. Su interés esencial se concentra en las relaciones interpersonales ofreciendo una apreciación despojada de prejuicios sobre los ritos populares y urbanos subyacentes en la cultura. Sus impresiones giran en torno a los atributos de la identidad social y se expresan por medio de la tecnología digital con la finalidad de establecer equivalencias entre las propiedades del color de la piel y las cualidades cromáticas del modelo RGB, una técnica extensa y laboriosa que requiere altos niveles de minuciosidad. Así, Soffer propone una mirada objetiva de la realidad humana en tanto representación de su subjetividad más íntima y sentida. De temperamento dinámico e inquisitivo, no cesa de interrogarse, evaluarse y replantearse. Su vínculo creativo es un constante estado del ser que se acerca al otro hasta el roce de la piel.
En Catálogo Santa Lucía 2007 Soffer plantea una dialéctica participativa a través de una dinámica sujeto-objeto-sujeto que asigna al espectador la doble función de signo e intérprete de la obra, otorgándole al sujeto el valor de objeto de la investigación y de receptor en tanto artífice del resultado final. La artista tomó fotografías de las manos de los habitantes del pueblo de Santa Lucía, realizó el promedio del color de piel para cada uno de ellos y obtuvo una escala de 32 muestras de colores de piel. La obra fue resuelta en forma lúdica mediante el reciclaje de un objeto de circulación en el mercado, un muestrario de colores de pintura. En la exhibición se formuló a los espectadores las siguientes preguntas:
1. ¿Dónde empiezan los blancos y dónde terminan los negros?
2. ¿Cuál es el blanco más blanco entre los negros?
3. ¿Cuál es el negro más negro entre los blancos?
4. ¿Qué color cree que es Ud. en el catálogo?
La respuesta que por lo general dió el público fue colocar su brazo frente al muestrario de colores para ubicar el color que más se asemejaba al de su piel. De esta manera la obra materializa una exploración sobre la percepción de la propia identidad en relación a las diversidades étnicas e implica la modulación de un factor cultural inscrito en la experiencia inmediata de cada ser humano.
Por definición, el arte conceptual propone un diálogo semántico entre la obra y el espectador en el cual la obra articula un concepto para que el espectador interprete el significado, de modo que el significado no yace en la obra per se sino que se sitúa en el espacio intelectual de la interpretación. Sin embargo, en la visión de Soffer, se incluye una dimensión lingüística novedosa al atribuir al sujeto las cualidades simultáneas de obra y espectador. El significado último de su planteamiento reside entonces en la respuesta del espectador ante las preguntas que formula la obra y la respuesta viene mediatizada por la característica física −el color de su piel− y por la relación psicológica y social que se desprende de la propia naturaleza.
Colores de Piel Retratos estructura la propuesta conceptual en una imagen pura que se caracteriza por la economía de la forma, la mínima expresión del signo y el uso del color digital con la finalidad de representar la identidad. Esta serie despoja al minimalismo de su temperamento neutral y emplaza significados que se insertan en el contexto popular de lo familiar, social y cultural. El recurso exclusivo del punto como signo del discurso sintetiza una multiplicidad de significados abiertos que se desprenden de la experiencia íntima y particular de cada espectador. La representación reiterada de esta figura geométrica elemental configura una imagen plástica que refiere al imaginario de una contemporaneidad que deviene cada vez más digitalizada.
Soffer crea un juego de resonancias entre la estructura de la forma abstracta y la cualidad sensible de lo orgánico, haciendo evocar en el espectador no solo la imagen que sugiere la obra sino su propia experiencia subjetiva en dicho contexto. El significado trasciende al signo con carácter exponencial e invita a la realidad a desplegarse vívida, sensorial y potente ante nuestra imaginación, donde disponemos de la oportunidad de recrearla de nuevo.
RAQUEL SOFFER, COLORES DE PIEL
Anna Feuerberg
La Serie Colores de Piel de Raquel Soffer traduce sensibilidades intuitivas a través de procedimientos racionales para crear imágenes de manufactura franca y directa. Su interés esencial se concentra en las relaciones interpersonales ofreciendo una apreciación despojada de prejuicios sobre los ritos populares y urbanos subyacentes en la cultura. Sus impresiones giran en torno a los atributos de la identidad social y se expresan por medio de la tecnología digital con la finalidad de establecer equivalencias entre las propiedades del color de la piel y las cualidades cromáticas del modelo RGB, una técnica extensa y laboriosa que requiere altos niveles de minuciosidad. Así, Soffer propone una mirada objetiva de la realidad humana en tanto representación de su subjetividad más íntima y sentida. De temperamento dinámico e inquisitivo, no cesa de interrogarse, evaluarse y replantearse. Su vínculo creativo es un constante estado del ser que se acerca al otro hasta el roce de la piel.
En Catálogo Santa Lucía 2007 Soffer plantea una dialéctica participativa a través de una dinámica sujeto-objeto-sujeto que asigna al espectador la doble función de signo e intérprete de la obra, otorgándole al sujeto el valor de objeto de la investigación y de receptor en tanto artífice del resultado final. La artista tomó fotografías de las manos de los habitantes del pueblo de Santa Lucía, realizó el promedio del color de piel para cada uno de ellos y obtuvo una escala de 32 muestras de colores de piel. La obra fue resuelta en forma lúdica mediante el reciclaje de un objeto de circulación en el mercado, un muestrario de colores de pintura. En la exhibición se formuló a los espectadores las siguientes preguntas:
1. ¿Dónde empiezan los blancos y dónde terminan los negros?
2. ¿Cuál es el blanco más blanco entre los negros?
3. ¿Cuál es el negro más negro entre los blancos?
4. ¿Qué color cree que es Ud. en el catálogo?
La respuesta que por lo general dió el público fue colocar su brazo frente al muestrario de colores para ubicar el color que más se asemejaba al de su piel. De esta manera la obra materializa una exploración sobre la percepción de la propia identidad en relación a las diversidades étnicas e implica la modulación de un factor cultural inscrito en la experiencia inmediata de cada ser humano.
Por definición, el arte conceptual propone un diálogo semántico entre la obra y el espectador en el cual la obra articula un concepto para que el espectador interprete el significado, de modo que el significado no yace en la obra per se sino que se sitúa en el espacio intelectual de la interpretación. Sin embargo, en la visión de Soffer, se incluye una dimensión lingüística novedosa al atribuir al sujeto las cualidades simultáneas de obra y espectador. El significado último de su planteamiento reside entonces en la respuesta del espectador ante las preguntas que formula la obra y la respuesta viene mediatizada por la característica física −el color de su piel− y por la relación psicológica y social que se desprende de la propia naturaleza.
Colores de Piel Retratos estructura la propuesta conceptual en una imagen pura que se caracteriza por la economía de la forma, la mínima expresión del signo y el uso del color digital con la finalidad de representar la identidad. Esta serie despoja al minimalismo de su temperamento neutral y emplaza significados que se insertan en el contexto popular de lo familiar, social y cultural. El recurso exclusivo del punto como signo del discurso sintetiza una multiplicidad de significados abiertos que se desprenden de la experiencia íntima y particular de cada espectador. La representación reiterada de esta figura geométrica elemental configura una imagen plástica que refiere al imaginario de una contemporaneidad que deviene cada vez más digitalizada.
Soffer crea un juego de resonancias entre la estructura de la forma abstracta y la cualidad sensible de lo orgánico, haciendo evocar en el espectador no solo la imagen que sugiere la obra sino su propia experiencia subjetiva en dicho contexto. El significado trasciende al signo con carácter exponencial e invita a la realidad a desplegarse vívida, sensorial y potente ante nuestra imaginación, donde disponemos de la oportunidad de recrearla de nuevo.
SUCÁ
Raquel Soffer
Es la segunda vez que dedico una propuesta artística al tema de Sucot. La primera fue hace varios años en un festival de arte de Sucot en Shoam, Israel, donde presenté la obra “EN TRÁNSITO”, una analogía entre Sucot, como tránsito entre la esclavitud y la libertad y dos imágenes de Gustav Doré: el infierno y el paraíso. En el video se desvanecía el infierno para dar nacimiento al paraíso.
En esta oportunidad quise trabajar directamente la sucá como objeto. El refugio que se convierte en nuestro hogar durante siete días porque así lo ordena la Torá. Hogar que rememora la odisea épica de 40 años en el desierto y cuya precariedad auspicia seguramente, respuestas espirituales y transformaciones psíquicas.
Es una videoinstalación titulada “SUCÁ”. Consta de un caligrama y un video de una hora de duración en el que se muestra su proceso de realización.
En memoria de mi bisabuelo quien en vida fuera stam sofer.
Raquel Soffer
Es la segunda vez que dedico una propuesta artística al tema de Sucot. La primera fue hace varios años en un festival de arte de Sucot en Shoam, Israel, donde presenté la obra “EN TRÁNSITO”, una analogía entre Sucot, como tránsito entre la esclavitud y la libertad y dos imágenes de Gustav Doré: el infierno y el paraíso. En el video se desvanecía el infierno para dar nacimiento al paraíso.
En esta oportunidad quise trabajar directamente la sucá como objeto. El refugio que se convierte en nuestro hogar durante siete días porque así lo ordena la Torá. Hogar que rememora la odisea épica de 40 años en el desierto y cuya precariedad auspicia seguramente, respuestas espirituales y transformaciones psíquicas.
Es una videoinstalación titulada “SUCÁ”. Consta de un caligrama y un video de una hora de duración en el que se muestra su proceso de realización.
En memoria de mi bisabuelo quien en vida fuera stam sofer.
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